Ya no valen más especulaciones ni caben más nombres o conclusiones sobre qué dice o deja de decir Washington. Sobre qué le ocurre o no a la presidenta o sobre lo que tiene que hacer o dejar de hacer. La situación es clara.
Se acabó la broma del huachicol. Se terminó la posibilidad de que México sea un Estado gobernado por los cárteles de la corrupción disfrazada de broma o de ocurrencias. También se agotó la tolerancia de mirar hacia otro lado para permitir que los malos sigan haciendo lo que les da la gana.
Esto llegó a su fin. ¿Qué es lo que enfrentamos? La convivencia con la impunidad, el desconocimiento y la indiferencia. Ni un día más, ni un segundo más puede sostenerse una situación que exige la acción de la Fiscalía General de la República para determinar si existen pruebas, si son suficientes y cuáles son.
¿Qué más evidencias hacen falta para reconocer que, en el mejor de los casos, el senador Adán Augusto fue engañado y, en el peor él mismo engañó a todos, incluido su hermano López Obrador, para instalarse en el poder y usarlo de manera indebida? Hoy esas acciones aparecen como una traición directa al país.
Como todo el mundo sabe, sólo te pueden traicionar los tuyos. Los de enfrente no te traicionan, simplemente son enemigos o tienen intereses contrapuestos.
Adán Augusto, compañero de adolescencia del líder de la ‘4T’, enfrenta hoy una situación en la que poco importa si las acusaciones en su contra tienen o no consecuencias penales de gran alcance. Lo verdaderamente relevante es que él pertenece al círculo de confianza y que es casi sangre de la sangre del creador de la ‘4T’. Por ello, su costo político trasciende al de cualquier otro.
En el imperio romano, cuando un senador o un funcionario directamente ligado al Estado caía bajo sospecha, se aconsejaba atenuar el daño político recurriendo a la autoeliminación. No se trataba sólo de justicia, sino de preservar la estabilidad del poder.
De todos los temas pendientes –y dejando de lado lo que pudiera ocurrir con los hijos del líder–, el más peligroso y dañino en este momento es la actitud del presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado ante la propia presidenta. Su comportamiento deja ver que no se asume como parte de ese cuerpo ni de esa sangre, y que actúa o con una seguridad excesiva o con una irresponsabilidad grave ante las consecuencias políticas de sus actos.
En paralelo, el escenario latinoamericano cada vez se pone más raro. Como con Maduro –que tarde o temprano tendrá que entregarse, exiliarse o desaparecer–, la crisis de los cárteles y del huachicol coloca a México en un problema difícil de resolver. Ya no se trata de grilla política: el daño alcanza a la sangre misma del creador de la ‘4T’ y golpea el núcleo del régimen.
No soy juez ni fiscal. No he visto documentos que incriminen de manera definitiva al apellido del creador de la ‘4T’. Pero es imposible leer los relatos, incluso los más sesgados, sin pensar que hay verdad en quienes señalan las coincidencias. En medio del cansancio político, el secretario de Organización del partido gobernante viaja primero a Seattle y luego a Tokio, mientras periodistas malintencionados –aunque no necesariamente equivocados– investigan la procedencia de las casas donde celebró su cumpleaños en San Miguel Chapultepec y en el extranjero.
En Suiza, protegido por el secreto bancario, el primer tabasqueño que aspiraba a figurar en la lista Forbes como uno de los más ricos del país aguarda con su familia tiempos mejores. Aunque todo indica que ese futuro sólo podría alcanzarse si logran despegar en un cohete hacia otra realidad.
En cualquier caso, si Amílcar Olán Aparicio no se convierte en el primer tabasqueño en la lista de los superricos, sí quedará registrado en la historia económica como ejemplo de cómo un nuevo régimen engendra un nuevo grupo de millonarios.
Por otra parte, en lo que seguimos tratando de definir y resolver la situación nacional, Donald Trump parece actuar sin límites, donde quiere y cuando quiere. En medio de la exaltación religiosa que lo rodea, tras la muerte de Charlie Kirk y el posterior discurso de Erika Kirk, Trump se presenta como un hombre del Viejo Testamento. Afirma no perdonar a sus enemigos y celebra sus desgracias. Y lo hace interpretando la Biblia desde los pasajes de Nahúm y de Jeremías que anuncia la venganza divina y que maldice al hombre que confía en otros en lugar de depositar su confianza en Dios.
Todo esto está mal, en Estados Unidos pero también y, sobre todo, en nuestro país. Y quizá, mientras algunos creen que la presidenta sufre por lo que atraviesa el creador del régimen y su propia familia, lo único que en el fondo busca es poder explicar algún día –posiblemente frente a un espejo– que ella no falló, que fueron todos los demás quienes lo hicieron. Ella terminó defendiendo al creador de la ‘4T’, pagando un altísimo precio político.
Pero a esta altura y viendo las cosas como están, la pregunta inevitable es: ¿cuánto pesará si en una parte de la balanza se pone la fidelidad al apellido López Obrador y, en la otra, el respeto, el futuro y la moral del pueblo de México?