Año Cero

Sin retorno

Claudia Sheinbaum y Omar García Harfuch no sólo se juega su credibilidad frente al vecino incómodo, sino también su autoridad y capacidad de gobernar frente a los propios.

Recuerdo con toda actualidad la primera vez que Ramón Alberto Garza, director y creador de Código Magenta, me habló de la mafia del huachicol. Mucho antes de que el tema inundara portadas y titulares, él ya había trazado las primeras líneas de lo que después se confirmaría como una de las redes criminales más poderosas anidadas en el poder.

En los últimos meses se han escrito tantos reportajes y columnas al respecto que resulta fácil olvidar el origen, olvidar quién fue el primero en poner bajo los reflectores a Sergio Carmona. No sólo como financista y hombre de confianza del partido en el poder durante algunas campañas, cuando Mario –el eterno Mario Delgado– presidía Morena, sino también como figura señalada inicialmente en la célebre sección “¡Que alguien me explique!” de Ramón Alberto Garza.

Fue ahí donde se denunciaron, con claridad incómoda, las operaciones con barcos que supuestamente respondían a proyectos de industrialización y colonización, pero que en realidad encubrían un esquema de tráfico y corrupción a gran escala. Desde entonces quedó planteada una duda perturbadora: o López Obrador nunca se enteró de nada, o lo sabía tan bien que decidió no distinguir entre la verdad y la mentira.


Ríos de tinta han anunciado el fin del huachicol. Ríos de tinta han proclamado el fin de la corrupción. Ríos de tinta han insinuado que este entramado terminará por alcanzar no sólo a funcionarios y operadores, sino a las entrañas mismas del régimen, incluso a la propia familia del creador de la “revolución del bienestar”.

Hoy ya no caben especulaciones. Deseo que, a diferencia del sexenio pasado, la protagonista de esta historia –la única con la autoridad legal para aplicar sin titubeos la fuerza del Estado– comprenda que está entrando en un camino sin retorno. Haga lo que haga, será muy difícil separar la sospecha de complicidad de la ignorancia. Y más aún si la sombra de esta problemática alcanza a una institución tan respetada como la Marina y a quien era su máximo responsable.

Esto no se detendrá aquí, y preocupa que empiece a parecer una de esas películas donde, de pronto, personajes clave mueren en accidentes, se “suicidan” o son empujados por alguien al abismo. Y todo por la mínima sospecha de que tuvieron o siguen teniendo algo que ver con el epicentro de la construcción de la mafia del huachicol.

El régimen –en este caso identificado bajo las figuras de García Harfuch y de la propia presidenta Sheinbaum– no sólo se juega su credibilidad frente al vecino incómodo, sino también su autoridad y capacidad de gobernar frente a los propios. Es decir, ya nadie podrá frenar que se llegue hasta la última consecuencia para terminar, de una vez por todas, con esta red de corrupción.

Exista o no exista –aunque, por la violencia, los muertos y el deterioro que ha sufrido Tabasco, todo indica que las versiones se acercan a la verdad–, el trasfondo no puede ignorarse. En nombre de las víctimas, de la inseguridad y de la dignidad del Estado, lo que nadie podrá evitar es que este caso quede reducido a rumores o insinuaciones.

El mal, la corrupción y el crimen con entes gobernantes han ocupado los espacios del poder, incluso por encima de los gobernantes legítimos.

Le guste o no, esté preparada o no, lo que es un hecho es que el proceso entró en una etapa de alta velocidad e impacto y no tiene punto de retorno. La presidenta debe saber que los enemigos internos —los más peligrosos, los que buscan preservar su linaje histórico y ahora cubrir sus crímenes— harán todo lo posible por aligerar responsabilidades. En ese juego – y dicho de otra manera – es evidente que Omar García Harfuch corre peligro.

Estamos a menos de un mes de saber quién es el verdadero propietario de los buques que se utilizaron para el huachicol y para traficar armamento y drogas a los cárteles mexicanos. Una vez revelado ese nombre, será imposible contener la hemorragia. Con el dedo apuntando al responsable, las siguientes e inevitables cuestiones a resolver serán sobre qué tanto sabía o no al respecto el expresidente Andrés Manuel López Obrador.

Para fines políticos y populares, el nombre de López Obrador todavía lo contagia todo. Espero y de verdad deseo que el expresidente mexicano no sufra las mismas tragedias del rey Lear, quien, cegado por el ego, la admiración, y víctima de la traición, perdió el poder, la cordura y fue testigo de la ruina total de su reino y de sí mismo.

Hay detalles y cabos que aún faltan por atar, como la cercanía que había entre la exsecretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero –por su hija– y quien en su momento también fue director de Aduanas del SAT, Ricardo Peralta Saucedo. De cualquier manera, el cálculo y el análisis que se debe de hacer desde Palacio Nacional deberían partir de una certeza: esto ya no se puede frenar.

Tras la tragedia del 18 de enero de 2019 en Tlahuelilpan, Hidalgo, el expresidente López Obrador proclamó que el huachicol había muerto. Hoy la realidad demuestra lo contrario: esa mafia no sólo sobrevivió, sino que se incrustó en el corazón del poder y aún están por verse los efectos de su injerencia en las altas esferas políticas mexicanas.

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