Las sesiones virtuales nacieron en medio del caos. En 2020, cuando la pandemia por COVID-19 paralizó al mundo, los parlamentos de distintos países buscaron alternativas para mantener la deliberación política sin riesgo sanitario.
Canadá fue el primero en aprobar formalmente sesiones en línea; poco después, Reino Unido y España adaptaron sus reglamentos, seguidos por varios países latinoamericanos, entre ellos México.
En julio de 2020, el Congreso de la Ciudad de México reformó su reglamento para permitir sesiones a distancia en casos de fuerza mayor, y a finales de ese año el Congreso de la Unión hizo lo propio.
La medida se presentó como una solución temporal, pero terminó por consolidarse como una práctica cotidiana. Desde entonces, diputados y senadores pueden votar, discutir y aprobar leyes a través de plataformas digitales, siempre que estén dentro del territorio nacional y cuenten con identificación facial.

Cinco años después, el debate ha cambiado. Ya no se trata de garantizar la continuidad legislativa, sino de cuestionar los abusos y excesos de una modalidad que parece haber relajado la solemnidad del trabajo parlamentario.
CUAUHTÉMOC BLANCO: VOTAR ENTRE RAQUETAZOS
El más reciente episodio lo protagonizó Cuauhtémoc Blanco Bravo, exfutbolista, exgobernador de Morelos y ahora diputado federal por Morena, quien fue captado jugando pádel mientras participaba, vía Zoom, en una sesión de la Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados.
Durante la reunión, en la que se discutía la Ley de Aguas, la diputada morenista Merilyn Gómez Pozos preguntó el sentido del voto de Blanco, pero este se desconectó casi de inmediato.
Entre risas, el priista Mario Zamora comentó: “está jugando pádel, pon atención Cuauhtémoc”. Desde otra bancada, la panista Patricia Jiménez lanzó: “anda acosando mujeres”, comentario que desató aplausos en su grupo parlamentario.
Minutos más tarde, el exgobernador reapareció solo para registrar su asistencia, 15 minutos antes de que concluyera la reunión. Ningún legislador de Morena salió en su defensa.
La polémica estalló en redes y medios, obligando al diputado a responder: “Estaba hasta el Desierto de los Leones. Tampoco voy a caer en las provocaciones de ustedes y, como lo dije hace un rato, voy a asumir las responsabilidades y, si me quieren multar, pues que me multen”, declaró.
Poco después, la bancada de Morena envió una circular interna para reforzar la asistencia presencial al menos de 80 legisladores en sesiones clave del Pleno, incluidos el coordinador, los vicecoordinadores y los representantes del grupo parlamentario en la Mesa Directiva.
“NO HAY QUE ELIMINAR LAS SESIONES VIRTUALES”
Para el analista político Fernando Dworak, el caso de Cuauhtémoc Blanco reabrió el debate sobre los alcances y límites del modelo virtual que surgió en 2020.
“Desde 2020 existe la posibilidad de que las sesiones de Pleno y de comisiones puedan realizarse por vía remota, registrándose las votaciones a través de una aplicación electrónica. En 2023 se reformó el Reglamento de la Cámara de Diputados para permitir sesiones de Pleno o Comisiones si así lo autorizan la Mesa Directiva, la Jucopo o las juntas directivas de comisión”, explicó.
Dworak señaló que los mecanismos de seguridad son robustos —la identificación facial hace casi imposible la suplantación—, pero advierte que la virtualidad no impide los abusos.
“Como vimos, sí puede haberlos. Sin embargo, quitar la posibilidad de sesiones remotas no mejoraría las asistencias; complicaría el quórum y la recopilación de firmas para las actas de las sesiones y votaciones de dictámenes”, apunta.
El especialista propone que las juntas directivas de las comisiones establezcan requisitos más estrictos: “Podrían endurecer sus reglas para sesionar de manera semipresencial, limitándolas a grupos de trabajo o votaciones sobre puntos de acuerdo”.
LA PANTALLA COMO REFUGIO: OTROS DESLICES DIGITALES
El episodio de Cuauhtémoc Blanco no es el primero. Desde que se habilitaron las sesiones virtuales, varios legisladores han sido exhibidos por su falta de profesionalismo.
En septiembre de 2020, la diputada Valentina Batres, de Morena, fue sorprendida colocando una fotografía suya frente a la cámara para simular su presencia en una sesión virtual del Congreso de la Ciudad de México.
Su compañero Jorge Gaviño la descubrió, lo que provocó una oleada de críticas. Ella alegó después que solo se había levantado para pedir ayuda técnica.
Tres años más tarde, el 12 de abril de 2023, una sesión del Congreso capitalino se volvió caótica: conexiones fallidas, micrófonos abiertos, chistes, insultos y hasta legisladores que se conectaron desde sus autos, sus casas e incluso, según se sospecha, desde la playa.
El 26 de mayo de 2025, el diputado Gildardo Pérez Gabino, de Movimiento Ciudadano, participó en una reunión de la Comisión de Transparencia desde una taquería en Veracruz. En la transmisión se veía el fondo amarillo con la palabra “tacos” y comensales detrás de él mientras intervenía en el debate.
Y en junio de 2020, el morenista Emmanuel Vargas Bernal fue captado manejando su camioneta mientras asistía por videollamada a una sesión de la Comisión de Vigilancia de la Auditoría Superior. Durante más de 20 minutos condujo mientras miraba la pantalla de su teléfono.
Cinco años después de su creación, las sesiones virtuales continúan siendo una herramienta útil para mantener la operación legislativa, pero también se han convertido en espejo de viejas prácticas políticas.
El caso de Cuauhtémoc Blanco —jugando pádel mientras debía legislar— reavivó la polémica pregunta sobre si realmente son necesarios estos métodos legislativos.




